“El objetivo del arte no es la descarga momentánea de una secreción de adrenalina, sino la construcción paciente, a lo largo de toda una vida, de un estado de quietud y de fascinación” (la frase pertenece a Glenn Gould, citada en Yoga de Emmanuel Carrere) El Yo que dice yo volvía de la marcha por la educación pública, era de noche, había tomado un par de cervezas con Scardanelli, que también había marchado, a pesar de que nunca había pisado una institución pública. Tampoco privada. En verdad, Scardanelli nunca había asistido a ningún tipo de institución, pero siempre sabía de qué lado estar en cada acontecimiento de la historia. ¿De dónde había sacado entonces esa capacidad? Lo que le dijo al Yo que dice yo no tuvo nada que ver con nada. Primero, tomó lo que quedaba de la botella. Segundo, salió con una confesión que nada que ver. Contó que el día anterior había estado sentado un par de horas, simplemente meditando. Exacto, sentado en el piso de cemento alisado de su piecita, si
Creo que estabas sentada en el suelo y que tomábamos la última birra del mundo, y que me hablabas de las cosas que te jodían: primero, la cana y esa manía de andar matando pibes del barrio por portación de cara, y segundo de lo molestos que eran esos versos de mierda que escribía yo, empezar y seguir conectando eternamente ideas y sentimientos totalmente innecesarios, y me decías que entendías perfectamente eso de que es fundamental expresarse y demostrarle a los demás cosas que en verdad servían para satisfacer las necesidades de su propio creador, y que el mundo sería mucho mejor sin esos versos y ese excesivo uso de conectores… Y nos reíamos y seguíamos tomando de la botella, sentados en el piso de un depósito por Champagnat que hoy está abandonado, pero que no es muy distinto a lo que fue en aquel día, y pienso que nosotros debemos estar más o menos igual, un poco abandonados pero capaces de seguir cumpliendo la misma función,